A comenzar de nuevo


Es difícil encontrar en la historia de la Iglesia, y concretamente en la vida de los santos, ejemplos de perseverancia son tacha, aunque hay ejemplos en contrario. Incluso en "el más santo entre los nacidos de mujer", Juan Bautista, hay un momento, si bien no queda muy claro, que envía a algunos de sus discípulos con Jesús, para preguntarle sobre su origen divino. Jesús hizo algunos milagros en su presencia y le dice bienaventurados los que no se escandalizan de lo que yo hago.

La duda viene de si la duda es realmente de Juan o de sus discípulos, pero el punto de este artículo se centra en considerar cómo, en general, la vida de los santos han pasado por momentos donde no veían clara su entrega o desesperaban al ver su vida pasada o sus caídas en su vida presente. 

Lo que pasó con Judas se repite, con matices, en la vida de quienes se han decidido a seguir al Señor hasta el final. La traición de Pedro es notable, pero al final, vence el amor. Pedro, le dice el Señor, ¿me quieres? Y la respuesta de quien será el primer papa de la Iglesia es conmovedora en su sencillez: "Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero".

Todo el proceso de la santidad es similar al de subir una montaña alta. Quizá te haya pasado algo así. Llega un momento, debido al cansancio, lo empinado de la subida y la distancia de llegar a la cumbre que dan ganas de abandonarlo todo, parar la subida y comenzar el descenso. Razones no faltan. Pero en medio del desánimo se puede oír una voz interior  animando a proseguir el ascenso y disfrutar en la cumbre de todos los males del camino.

La cosa es reconocer el daño de la subida, recobrar el aliento y recomenzar, a veces, con la ayuda de alguno de los compañeros del equipo de escaladores. Las cumbres del Pirineo han sido testigos de mudos  de este comenzar de nuevo. La alegría, después, supera todas las penas de la subida y anima a intentarlo de nuevo con la subida a otras cumbres.

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