Temor de Dios


El miedo es algo completamente distinto del temor de Dios. Éste se refiere al quedarse sin el amor a Dios, el mayor despropósito o sinsentido de la vida. Aquél se centra en una emoción que nos alerta de una amenaza o un peligro. Amor versus  cuidado. Esa es la diferencia. Mientras en las cosas de Dios uno se entrega sin cautela (aunque conviene consultarlas con un director espiritual de confianza versado en los asuntos de vida interior), en las cuestiones humanas conviene precaver la presencia de una insinuación por si de ella pudiera derivarse algún peligro.

Por eso los santos vivían sin miedos porque se fiaban en lo importante, en los asuntos de Dios, de quienes dirigían su alma. Teresa la santa, la castellana de origen sefardita, en cierta ocasión donde las revelaciones del Señor no coincidían con los consejos de su director de conciencia, recibió una advertencia divina de gran utilidad parar su vida interior: Tú sigue siempre las recomendaciones de tu director ---aunque en un determinado momento choquen con las mías. De ahí que la confianza en el amor de Dios superará siempre cualquier obstáculo en el camino, aunque a veces haya que esperar.

Entonces, el temor de Dios es un temor a perderle, no un miedo a lo que Dios pudiera querer o permitir con importar cuánto pudiera contrariarnos. El "hágase" de su voluntad es algo siempre presente en la vida: en la de María --aceptando el mensaje del arcángel Gabriel sobre la propuesta de concebir al Mesías sin "haber conocido varón"--; en el momento en que Jesús acepta la voluntad de su Padre aun yendo en contra de la suya--; y cuando les enseña a orar a sus discípulos con el Padrenuestro: en esta plegaria se incluye también el "hágase" tu voluntad, recitada desde entonces por todos los cristianos.

En esta petición se esconde siempre el "abandono" personal en las manos del Padre, sin miedo alguno, venga lo que viniere... 


 

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