La alegría de ser


Quizá nos estamos yendo un tanto hacia las nubes. Es cierto, pero vale la pena considerar de vez en cuando estos misterios, sobre todo, el de haber aparecido, así, en la superficie de la tierra, en un tiempo determinado, aunque esta presencia, inesperada por nosotros porque todavía no éramos, va a cambiar para siempre nuestro destino.

"Antes de la constitución del mundo" fuimos queridos (no por nuestros padres, aunque colaboraron en nuestra concepción, a sabiendas o no), nada menos que "para ser santos" en la presencia de nuestro creador. Es decir, nuestro creador es bueno, y para nosotros quiere lo mejor, esto es, la felicidad inagotable pues estaremos para siempre en su presencia trinitaria. 

No se puede pedir más a nuestro destino, fruto del amor. Ninguna de la acciones divinas puede ser interpretada, mucho menos entendida, fuera del amor. Por eso, cuando en una relación, cualquiera que sea, surge la discordia y, peor aún, la ruptura, la agresión, la guerra entre familias, en el país o entre las naciones, antes que todo eso, una falta de amor. 

Este es el gran mal de nuestro tiempo y el de la historia, desde el crimen de Caín contra Abel, su hermano de sangre. Pero, ¿cómo se puede volver al amor, una vez perdido? 

Primero, debemos desentrañar la pérdida de lo dado, un regalo. El amor se desbarata cuando no se tiene en consideración al otro (Por eso Dios es trino, pues sin otro sería imposible el amor, ya que la filiación del Padre por ese amor, seria imposible). De ahí la corrección inmediata de Jesús a los apóstoles Santiago y Juan cuando pretendían establecer una relación de poder, no de servicio, respecto a los demás. Pensar siempre lo que el otro necesita, aunque nos cueste. Es el caso de la Virgen María cuando en la bodas de Caná se da cuenta ella, nadie más, de la falta de vino para seguir celebrando la fiesta. Sólo el amor descubre las carencias, la necesidad del otro, y se presta a satisfacerlas. En el caso de la Trinidad, hay una entrega total del Hijo con el Padre y viceversa con la cooperación del Espíritu, y  esta completa donación dura para siempre porque el infinito nunca se acaba.

Es nuestra herencia. Participar de esa fuente del amor que nunca se acaba, para poder estar en su reino y así convivir con los demás en una relación de amor. De ahí nace la verdadera alegría al vernos siendo para siempre en el ser...

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