Si Dios es amor, ¿porqué no nos queremos...más?
Empecemos por el principio, desvelado a nosotros por el apóstol Juan en el siglo I: Dios es amor.
Este amor infinito se quiere a sí mismo en la persona del Hijo, y al contemplarse emerge de esa relación la persona del Espíriru Santo.
Al decidir desde siempre la creación del hombre sobre al tierra, a su imagen y semejanza, imprime en su alma la necesidad de vivir de amor de una forma trinitaria: se ama a sí mismo, a su creador y a las cosas creadas.
Comenzando por la familia, Dios les muestra que el amor, de suyo, nunca se acaba, y, por eso, en medio de toda suerte dificultades, su unidad nunca se rompe. Por supuesto, esta unión de la familia se extiende de forma natural a todos los demás y se confirma con el mandato explícito de amar al "prójimo", al próximo, al que pasa a nuestro lado. Sólo así se llega al amor de Dios.
Entonces, ¿por qué no nos queremos? La respuesta es simple: porque no hemos aprendido a amar. Es decir, el hogar no ha sido propicio para desarrollar este virtud de la caridad.
En estudios de buena fuente, se ha detectado que cuando el padre de familia ----no la madre o algún otro miembro de la familia--- emprende el camino de los valores y prácticas espirituales, el 93% de los hijos siguen y perseveran en esas costumbres.
Este es un gran dato, digno de ser guardado a la hora de educar a la prole. No se trata sólo de llevar los hijos a un buen colegio acorde con nuestras creencias. Se requiere además del ejemplo paterno, que los hijos palpen la seriedad de lo que les decimos.
Al advertir la congruencia de lso que se dice y lo que se hace, les causa a los hijos ---y a los demás--- una admiración imborrable, en la mayoría de los casos. Según el bueno de Aristóteles, la admiración es la causa principal del aprendizaje.
El problema ahora consiste en lograr que el pase de familia viva de manera ejemplar. Quizá si los papás supieran de estos datos, se darían cuenta de que no es con demandas fuera de lugar como se logra el cariño y la admiración de los hijos.
Por supuesto, Dios es amor, pero para practicar ese amor, hay que verlo en los demás.
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