El valor del sufrimiento
Santa Teresa solía decir que esta vida es como pasar una mala noche en una mala posada. Así es, pero no nos lo acabamos de creer.
Son tantas las llamadas del mundo, con sus ofrecimientos imaginarios y reales que difícilmente nos podemos sustraer a su encanto, aunque fueran pura ilusión. Algo así como la oferta, la primera de todas, ofrecida por el diablo mayor a nuestra madre Eva.
Comer del fruto de un árbol. Había miles de ellos, pero la petición diabólica era comer precisamente de ese árbol (el que había prohibido precisamente el Creador) para obtener el premio prometido de "ser como Dios". La mentira encerrada en la falsa promesa del diablo no tenía límites
Y los pies de barro de Eva se quebraron ante tal oferta, en absoluto necesaria, porque a ella, junto con su esposo Adán, se les había dado todo.
Hoy, como en los tiempos de Esaú, estamos dispuestos a cambiar todo, cualquier cosa de valor divino, por un plato de lentejas con el fin de evitar el sufrimiento inevitable del trabajo y de la vida.
El dolor tiene un gran valor porque está asociado al de la Cruz y porque Dios lo permite, en especial a quienes quiere especialmente. De nuevo vienen a la memoria las palabras del diálogo entre Jesús y santa Teresa de Ávila a raíz de la rotura del carromato en donde viajaban en medio de una lluvia torrencial. Jesús le dice a Teresa: "--Así trato yo a los que quiero". A lo que la santa responde: ---"Por eso tienes tan pocos".
Escenas similares se han repetido con frecuencia a lo largo de la historia de muchos santos, y de quienes todavía no lo son. Se trata del valor de la persona sufriente al parecerse al Hijo de Dios. Por ejemplo, a Faustina Kowolska le repitió en numerosas ocasiones el valor de "sufrimiento". Al Señor le duele que muchas almas "tienen tiempo para todo, pero no tienen tiempo para venir a Mí a recibir mis gracias". Y le añadía: "el amor y sacrificio de estas almas sostienen al mundo con vida".
Es un gran consuelo saber de estas cosas, principalmente cuando nos acosan las contrariedades, sin saber de dónde ni porqué vienen.
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