La falta de fidelidad también está en el futbol

 


El fútbol, las empresas, los matrimonios, el lugar de residencia solían ser referencias estables,  de prestigio.

Ahora estas instituciones y lugares no son tan estables ni tienen tanto prestigio. El futbol se ha convertido en un gigantesco mercado donde se compran y venden personas como si fueran cosas. 

Las empresas, por su lado, son incapaces de mantener una plantilla  de empleados durante  un tiempo suficiente como para que se sientan formar parte de algo, como antaño. Los integrantes de una  compañía podían vivir  toda o buena parte de su vida laboral en la misma empresa. Ahora  ya los cambios laborales no se sujetan a movimientos  dentro de la misma ciudad; se puede saltar de una provincia a otra o incluso, de una país a otro.

A este vaivén le acompañan  de cerca los inquilinos de casas compradas o alquiladas. Su permanencia en la vivienda no supera la década, muy en línea con los cambios laborales en boga.

Por último, estos movimientos se relacionan también con los habidos en las relaciones matrimoniales, bien porque no se dan, o porque se interrumpe la relación jurada de permanecer unidos toda la vida. Así se va instalado poco a poco la idea de provisionalidad en todo. Ante este panorama, muchos de los casados o acaban de comprometerse  con el fin del matrimonio, los hijos, bien espaciando su llegada o interrumpiendo la vida según la conveniencia de loa cónyuges.

Esta precariedad de las relaciones, matrimoniales o laborales, tiene consecuencias sociales de consideración, y tienden a mantener una especia de equilibrio inestable, donde la conveniencia tiende a opacar el compromiso, voz temida o silenciada en muchos de los ámbitos sociales.

Entonces, no nos puede extrañar ver esos cambios radicales en el mundo del deporte por un puñado de dólares, cuando lo que más importa en la sociedad, la familia, no aprecia su fidelidad.

La fidelidad es un imperativo divino, porque nace del amor: es para siempre.

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