La Asunción de María


Hoy, fiesta grande. María se nos va al cielo. No sabemos cómo. Dicen que al regresar el apóstol Tomás de sus incursiones en India, quiso ver el sepulcro de María, pero al descubrirlo ella no estaba; sólo sus vestidos.

Los papas definieron que, después de su paso por la tierra, fue llevada en cuerpo y alma a su destino final. Uno se imagina la escena: desde un rincón se podía ver avanzar a María de la mano de su esposo san José y de su hijo, Jesús, yendo al encuentro del Espíritu Santo, responsable de su concepción, a quien veía por primera vez. 

Este encuentro es algo impensable, antes de ir a la presencia del Padre: la favorita de sus hijas, por quien el mundo creado por el amor, iba a poder ser redimido. Es decir, se ganaba por este medio la batalla al maligno, padre de la mentira.

En la mitología griega había barruntos de dioses y diosas subordinados entre sí al gran Zeus, pero muy lejos de un atisbo de misericordia amorosa por el hombre. Por el contrario, se trataba de mantener un temeroso respeto por medio de manifestaciones bélicas emanadas del poder. El amor es algo inconcebible, menos aún que todo un dios prestara a nacer de un ser humano con el fin de salvarlo de una condenación merecida por haberse alejado de sus planes.

En fin, la dimensión del amor da sentido a la vida del hombre. Es el principio educativo más eficaz para conseguir el fin para el que el hombre ha sido creado: su felicidad eterna, a pesar de los pesares.

Pues bien, María es, además nuestra madre, y no duerme pensando en el destino de cada hombre, a veces tan descuidado en las enseñanzas del día a día sobre la Virgen María. Como hemos recordado en otras ocasiones, la primera enseñanza de María a los pastorcillos de Fátima, unos niños, fue, como buena madre, mostrarles el infierno; nada menos.

Es decir, se trataría de una mala madre, esconder una verdad crucial para vivir esta vida sin perder de vista la vida eterna. Por todo eso, estamos agradecidos, María, madre nuestra, por cuidar nuestros pasos aquí: este se ha convertido en tu principal trabajo en el cielo: no descuidar, como verdadera Madre, a tus hijos de la tierra.

Por eso se representa a la Virgen mirando siempre hacia abajo, para no perder de vista a ninguno de sus hijos. 


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