Po eso, precisamente por éso, vale la pena: dar fruto


Cuantas veces nos hemos cuestionado si con  la tarea llevada entre manos valdrá o no la pena seguir adelante. Son parones a los 20, 40, 60 y, me atrevería a decir, que nos rondarán  toda la vida, con independencia de la edad. Un cambio de trabajo, una contrariedad, la enfermedad propia y la de nuestros allegados

La vida sigue su curso con independencia de la edad hasta llegar a su límite. Lo conseguido  hasta ese momento depende de las decisiones tomadas a lo largo del tiempo Cada una cuenta. Nos aleja o acerca a ese punto final propio de cada persona.

Si se consigue el llegar al punto debido, entonces se recibe un premio. De lo contrario, se desmorona la estructura personal y se transforma en aquello por lo que se ha perseguido toda la. existencia sin hacer caso a las sugerencias del espíritu, parte integral de  la persona, indicando la opción más adecuada para conseguir la perfección. Se nos ha creado con un golpe de amor definido y depende de cada uno no echarlo a perder.

Es como el golpear del granizo en un árbol frutal antes de su tiempo de madurez. Acaba por no dar fruto.. En vez de seguir las indicaciones aconsejadas, se entretiene en merodear lo indebido, y, al final, no  da el fruto planeado.

Todos, absolutamente todos lo árboles tienen un destino feliz, siguiendo, si no se opone resistencia, el logro que los convierte en fecundos generación tras generación. Decidir no hacerlo, trastoca el plan natural y se arruina la continuidad. Algo así pasa en Europa. Sólo el 20 por ciento de loa matrimonios, aproximadamente, tiene un hijo. El resto, disfruta de las relaciones sexuales a su manera haciéndolas infecundas. Quizá no quisieron oír que el principal fin del matrimonio consiste en hacer fecundas las uniones. De esta manera no sólo se desvirtúa el matrimonio, cultivando la indisolubilidad, base del amor, sino que se pone en peligro la especie, contribuyendo a la ruina de una o más generaciones. 

Al obrar así, se hace ineficaz el matrimonio y los esfuerzos de terapias aledañas quedan obsoletas si se pretende revertir el amor que ya se extingue. Todo en esta vida  está diseñado para dar fruto: las plantas, los animales y la personas. Este es el desafío del matrimonio cristiano.



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