Por qué la realidad no es atractiva para algunos
Antes de cualquier conocimiento está ese algo que se conoce. Es decir, lo real antecede siempre al conocer. De otra manera, estaríamos conociendo algo según nuestra imagen y semejanza.
No somos dioses. Lo real está ahí para adecuarnos a ello, si de veras deseamos conocer. Dios, en primer lugar, hacedor de todas las cosas a conocer. Esas cosas sí son a imagen y semejanza de quien las creó, y el hombre no es sino una criatura más en el orden creado, y gracias a su inteligencia puede concebir la realidad. De otra manera, el hombre se llenaría de imágenes sin sentido, por ser una representación imaginaria de las cosas.
Dicho esto, el hombre, todo hombre, sabe que la vida no se acaba al dar el último suspiro, y continúa al rendir cuenta de sus acciones al verlas según la ley natural que todos llevamos en el corazón. Nadie puede decir que lo robado es mío, o que el llamado "okupa" pretenda ser el propietario de la vivienda apropiada y desplazar así al legítimo dueño. Lo mismo ocurre al tomar la mujer del prójimo, por mucho que el deseo llene de aspiraciones el corazón de quien así actúa llevado por la idea de que la propiedad es un robo.
De la misma manera, al comprobar nuestra limitación personal en tantos órdenes de la vida, no se puede sino dejar ser llevado por el asombro al ver la generación de la vida. Hay alguien ahí, sin duda, no algo, que puede decidir cuándo un ser vivo aparezca en el mundo de lo real.
Pero esta maravilla no se acepta por todos. Prefieren algunos inventarse algo menos atractivo, y eligen la nada como su lugar del destino, desapareciendo sin rendir cuentas de nada a nadie, sin importar si el hacer el bien en esta vida a los demás equivale a la conducta de aquellos cuya norma consistía en sacar provecho de todo aun a costa de infringir un daño considerable.
Ante este panorama, imaginado, hay quienes prefieren quitarse la vida sin esperar a la aniquilación final convirtiéndose en polvo. La promesa de un paraíso justo para los que han hecho el bien o la condena para los demás se toma como fábula a la que se hace oídos sordos.
De esta manera, la realidad, el mundo de lo real, ahora y después, se suplanta por lo que a cada quien le conviene imaginar. Tiene que ser terrible despertar y contemplar la realidad de lo real, del premio y del castigo, pues no todo da igual a partir del ser que nos es dado.
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