Los recovecos de la conciencia

 La conciencia no se ve. Entonces, para muchos que alardean de científicos, no existe.

Sin embargo, no faltan quienes pregonan oír la "voz de la conciencia" y juran y perjuran decir una verdad en su nombre, porque tienen --dicen-- una conciencia clara.

¿A quién le haremos caso? 

Veamos. Tener cada vez  una conciencia más clara de las esencias, por empezar desde el principio en esta tarea, es labor impostergable del pensar, y así lo  afirma y recomienda E. Gilson. Es decir, sí hay conciencia, y el progreso consta precisamente en aclarar la conciencia mediante una relación cada vez más clara entre ese algo inmaterial de las cosas y el intelecto.

Dicho de otra manera, según el equipo de Enciclopedia, la conciencia es el conocimiento que un individuo tiene de sus pensamientos, sus sentimientos y sus actos. Por eso, una persona consciente tiene conocimiento de lo que está pasando en su entorno.

Entonces, la persona se decide a actuar de una u otra manera según perciba el bien o el mal como resultado de su acción, de acuerdo con su percepción y el entramado de sus valores morales. Ese actuar no lo deja indiferente según obre siguiendo su conciencia o no.

De aquí la importancia de "formar la conciencia". Las cosas no dan igual, y, por principio, se puede actuar de diferente manera según la persona vea que contribuye o no al bien propio o al de los demás.  Por eso la libertad es un don que nos permite dirigirnos por el camino de la vida y actuar de acuerdo a la percepción de las cosas. Pero a base de mal obrar esa percepción puede estar errada, acostumbrándose  a seguir caminos a priori sin más consideración que la costumbre, el pensar que siempre se ha obrado así. También se puede errar si se obra según las consecuencias, reales o no de mis acciones.

Las cosas importan, son de una determinada manera según su esencia. Y el respecto por esa quididad. Por eso el progreso se va dando en tanto la conciencia vea más claro el contenido de esas esencias y obre de acuerdo con ellas.



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