Insultar y agredir sin límite no son el camino para el bien común
El insulto se ha puesto de moda, especialmente en política. Los encargados de orientar sus esfuerzos para acercar el bien común a los ciudadanos a quienes representan, gastan su tiempo, sus das en discusiones sin sentido encaminadas a irritar a quienes van en pos de una ideología distinta a la suya. La derecha o la izquierda y los partidos cobijados en su entorno, enfrascados en disputas callejeras no llegan a nada y posan ufanos de sus agresiones verbales ---menos mal--- a los contrarios.
No hay un punto siquiera de conciliación en sus disputas a no ser su coincidencia en algún aspecto necesario para conservar su mayoría relativa dentro de su partido.
Desde hace tres meses se discute sin parar lo inimaginable, excepto, en el caso de España, por ejemplo, cómo acelerar la devastación ocurrida hace tres meses en el territorio valenciano donde cientos perdieron la vida en las inundaciones y miles se quedaron sin hogar.
Ahora en Estados Unidos, se imponen las promesas del presidente Trump durante su campaña sin mediar siquiera una discusión en ninguna de las dos Cámaras legislativas pues su partido tiene la mayoría en ambas. Son cosas de la democracia, donde la hay; pero donde no se sabe siquiera en qué consiste, China, Rusia, Corea del Norte ---por citar sólo algunos países donde jamás se debate ningún aspecto relativo al bien común--- se impone el camino a seguir de acuerdo a quienes detentan el poder. Las personas apenas cuentan en las decisiones donde los ciudadanos son los primeros afectados por ellas.
El "golpe de estado" se convierte entonces en la única manera de cambiar de régimen político. La fuerza se convierte en la forma de convencer al contrario. Casos como el de Venezuela y Colombia son un paradigma elocuente, siguiendo los pasos de Cuba y Nicaragua en América Latina.
Por supuesto, hay diferencias notables entre unos y otros de los países citados, por no mencionar los abusos sin límite ocurridos en África ---el Congo, sin paz desde la su independencia de Bélgica, y la actual situación de Etiopía en manos de grupos radicales sin el menor respeto por la vida y enseres de un pueblo asentado en paz, con alguna excepción reciente, por miles le años---.
El bien de un pueblo no puede ser privativo de unos pocos, sometiendo a su antojo a los demás con el uso de la fuerza, sin reparar en esa otra dimensión del "diálogo" capaz de acercarse a los demás con confianza.
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