No cansarse ni avergonzarse nunca de pedir ayuda




Somos poca cosa. Incluso los personajes más conspicuos de la historia, son manos que nada, aunque sean algo.

La prueba de este aserto nos viene de muchos lados. Desde el primer hombre, Adán y su esposa Eva, hasta los grandes como Alejandro Magno, Platón, César, Agustin y los mismísimos san Pedro y san Pablo. La diferencia entre estos gigantes de la historia y los demás radica en su humillad, porque reconocieron su debilidad en tener los pies de barro aun en sus hazañas.

Ser el primer hombre de la tierra, es un honor irrepetible, pero supo llorar el haber desobedecido a su hacedor. Alejandro Magno guardó siempre a la vista sus debilidades en medio de sus incuestionables victorias. Platón, capaz de subir intelectualmente a las cumbres del saber, se rodeaba de quienes le podían recordar sus extravíos y lo ponía por escrito para no fiarse de sólo de su memoria, enturbiada por el amor propio. El propio César, campeón de  conquistas en las Galias perece por la traición de quien consideraba su amigo. Agustín de Hipona supo ser humilde delante de su vida azaroso y así lo escribe en sus Confesiones. Pedro, negador de su Maestro, reconoce sus miserias y vence por el amor a Jesús. Y Pablo, perseguidor de cristianos, reconoce que en otro tiempo aprobaba
la ejecución del justo Esteban, pero persevera en su conversión.

En fin, la lista de casos similares no se agota en unos cuantos ejemplos, pues todo hombre, aun los más santos, han caído en las redes de la complacencia, excepto la que se reconoce como sierva del Señor, y debido a su humildad, le concedió ser su Madre.

Frente a las persistentes llamadas de los placeres y triunfos mundanos, reconocer la miseria personal vacía al alma del contenido de su viscosidad, y, entonces, vacía de sí misma, puede albergar a quien lo es todo por siempre porque le ha dado su lugar.

Poco a poco, pidiéndolo, se puede ir acercando a ese ideal de ser "manso y humilde" de corazón, ideal del hombre que ve por fin en su interior la imagen de quien lo ha puesto en este mundo, de paso, todavía un poco se tiempo, antes de gozar para siempre de su presencia.

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