¿Quien de verdad es bueno?
Sabemos que sólo Dios es bueno. Pero, y los hombres, ¿qué tan
buenos somos? La prueba más estricta podría ser, qué tanto cuidado ponemos en
quienes no pueden valerse por sí mismos, y dependen totalmente de los demás
para salir adelante en la vida, sin haber obrado nunca mal. ¿Y a quiénes se
podría incluir en esta categoría? Por supuesto, a los niños.
Según algunas estadísticas, hay más de 160 millones de niños en el
mundo a los que se explota sin miramiento alguno. Niños entre los 5 y 17 años.
Pero esta categoría comienza a contar muy tardíamente. Falta añadir a esta lista los 50
millones de asesinatos a sangre fría que se comenten cada año con criaturas que se encuentran todavía en
el vientre de sus madres. Indefensos completamente. Con la aquiescencia de una que es su madre.
Y el mundo sigue su ritmo. Los poderosos de la Tierra, consienten
y alientan muchas veces, que se continúe con este pauta, ya que nadie está muy
seguro de que haya vida humana desde el comienzo de la concepción. Estos
poderosos son tan listo que han llegado a detectar un derecho que nunca antes
en la historia había sido percibido y lo defienden con lógica, que comienza con una premisa falsa. El derecho a matar a una persona inocente,
por alguna razón de conveniencia, a quien es siempre una esperanza para todos, y que
todos, cada uno, deberíamos de cuidar con solicitud.
Si esto ocurre con las personas inocentes —si son
mañana son seres humanos es porque lo son desde el principio—, y nadie
pone el grito en el cielo cuando hablamos de millones de infantes exterminados
anualmente, nadie se puede sentir seguro en ninguna parte del mundo, ya que,
por muy buena persona que se sea, tiene en su haber más de una fechoría. Por lo
tanto, donde se permite el aborto, reina la inseguridad en cada rincón de esa
sociedad. Lo estamos viendo: desde la familia a la matanza de estudiantes, por ejemplo, en algún paraje inhóspito de la tierra.
Quienes presumen de guardar las estadísticas de la II Guerra
Mundial, y repiten una y otra vez las cifras restregándolas en la cara de una
sociedad que, impávida, consintió de algún modo el exterminio de tantos; pues bien, estas
cifras son nada comparadas con los crímenes, ahora sí, de personas inocentes e
indefensas.
Lo curioso radica en que muchos de quienes, con razón, todavía no
han olvidado los crímenes de antaño, hoy, ya instalados en alguna poción de poder, por ejemplo, las oficinas de la ONU,
aprueban con su silencio o con mil razones humanitarias los crímenes más espeluznantes de hoy.
Solía decir una gran intelectual y teóloga alemana, Jutta Burgraf,
ya desaparecida, que nunca podrá haber paz ni seguridad, allí donde se
consienta el aborto. Si a alguien le interesa poner remedio a los desmanes
sociales de hoy en día, ya sabe por donde empezar, si quiere, por lo menos, parecer que es bueno.
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