Educar para el desarrollo sostenible
Costa Rica no deja de asombrarnos. La “pequeña suiza” como la
denominan algunos, da la impresión de que sabe vivir en paz.
En su derredor, los países centroamericanos no acaban de encontrar
su sitio. Van de la radicalidad militar a la dictadura civil, creando a su paso
escenarios de inseguridad y muerte.
En cierta ocasión, en un aeropuerto me crucé con un costarricense,
y salió el tema de esa relativa paz que abriga al país. Me confesó que la causa
de esta manera de hacer las cosas, hay que buscarla en las leyes de educación
aprobadas en el país, a mediados del siglo XIX. Desde arranca el país para
consolidarse en la armonía.
La explicación parece sencilla, pero es la que recomiendan todos
los manuales para el desarrollo, no importa de qué bandera política. La punta
de lanza del desarrollo es siempre la educación, y los modelos econométricos de
los países confirman esta versión. Sin embargo, a pesar de saber el camino, a
la hora de la verdad, esta verdad práctica tan sabida no se toma en serio. ¿Por
qué?
Se ha llegado a pensar en los programas de cualquier gobierno,
tanto de países avanzados como de los que se asoman al llamado “desarrollo”,
que los asuntos clave de la educación moderna pasan por asuntos tales como la
aprobación y facilitación del divorcio, la aprobación del aborto en las últimas
semanas del embarazo y su inclusión en los planes de salud, los derechos de los
homosexuales, el transplante de óvulos y su guarda para cuando se ofrezca con
la tecnología necesaria para su mantenimiento.
En esta lista cada vez más complicada debido a las exigencias
crecientes en cada uno de los apartados, no figura ninguno de los ingredientes
que los economistas suelen recomendar a la hora de trazar un plan de desarrollo
o uno de crecimiento sostenible, como se insiste ahora en llamarlo.
Resulta que en Costa Rica, el recién elegido presidente de la
República, Luis Guillermo Solís, ha confiado la dirección del gobierno a un
obispo luterano que sabe de Sociología y le dio clases de ética cuando cursaba
la secundaria de un colegio metodista hace veinte años.
Si bien la Constitución impide dedicarse a la política a los
clérigos, se ha determinado que los luteranos no son clérigos ni tienen un papa
a quien obedecer. Así que este obispo, Jiménez Marín, trabajará como Ministre
de la Presidencia en el gabinete de Guillermo Solís, quien se confiesa
católico.
Este país se considera de mayoría católica (62%), si bien los
protestantes (25%) van incrementando el número a costa de los primeros y de los
que, desencantados no profesan religión alguna (9%).
Tendremos que esperar para ver si esta confluencia de habilidades al
más alto nivel funciona para asegurar el crecimiento económico prometido, y
para resolver, a la vez, la serie de asuntos que hoy exige la llamada educación
moderna.
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