La santidad por medio de la Virgen...sí, pero quizá es mejor si es la de Guadalupe


Todos los hombres están llamados a la santidad. Sería impropio de un Dios bueno traer a la creación, a la vida, a personas insalvables.

Viene esto a colación por  lo siguiente. En el Opus Dei, fundado en 1928, han muerto ya miles de personas. Algunos de ellos tienen ya iniciado su proceso de canonización. Por supuesto, estos procesos son largos y difíciles. Cuando le Iglesia se decide a canonizar a alguien, es porque no cabe ninguna duda de su santidad.

Durante el proceso intervienen personas que aportan testimonios a favor y en contra de la persona encausada. Se analizan las conclusiones y una comisión del lugar de origen aprueba si procede o no la continuación de la causa, antes de someterla a Roma, para que, a la vista de los resultados, es decir, si hay suficiente evidencia (después de haber comprobado que vivió durante su vida las virtudes en grado heroico) a favor de un milagro obtenido mediante la intercesión de la persona en proceso de beatifcación o canonización, según sea el caso.

Pues bien, hay por lo menos una docena de personas cuya causa para la beatificación se ha introducido. Tres de ellas, el Fundador, su sucesor D. Álvaro del Portillo  y Guadalupe Ortiz de Landázuri, son santos (San Josemaria Escrivá, fundador de la Prelatura), y don Álvaro y Guadalupe, beatos. 

Los demás, más o menos cerca de la meta,  siguen su proceso. Pero lo interesante radica en la siguiente observación. Los tres casos mencionados tuvieron una relación personal peculiarísima con la Virgen de Guadalupe.

Veamos. San Josemaría tuvo una larga estancia de 40 días   en México durante su primer  viaje a América.. Durante ese viaje, en la ciudad de Guadalajara, después de una de sus tertulias con el público, se retiró a descansar. Con él se hallaba Alberto Pacheco a quien le dijo mirando a una imagen de la Virgen de Guadalupe, "Yo quiero morir como ése", y se refería a San Juan Diego que, postrado delante de ella recibía una rosa en la mano. El día de su fallecimiento, san Josemaría, después de visitar  un Centro de mujeres del Opus Dei volvió su casa y, al entrar en su habitación, a las doce del mediodía, miró como solía, al cuadro de la Virgen de Guadalupe que estaba en su estancia, y cayó fulminado.

El caso de D. Álvaro es más sencillo: procedia de una madre mexicana que fue a vivir a España. A la muerte del fundador, llevó una imagen de Guadalupe al Santuario de Torreciudad en España, Huesca, tal como había pedido el Fundador. 

Por último, Guadalupe, además de llevar el nombre de la Virgen, pues había nacido el día de su fiesta, 12 de diciembre,  vino a México en 1950 para comenzar la labor con las mujeres enseñándoles a vivir el espíritu del Opus Dei. Después de dedicarse a esta tarea durante cinco años, volvió a España, su tierra natal, aquejada de una enfermedad. Murió poco después.

El resto de los candidatos  esperan todavía el reconocimiento por parte de la autoridad eclesiástica de haber vivido una vida suficientemente  fundada en las virtudes ejercitadas de modo heroico, a pesar de haberse iniciado sus procesos   antes de los tres casos mencionados. 

En fin, es una casualidad, un dato curioso, sin duda,  la santidad ya reconocida por la Iglesia de estos tres personajes mencionados, donde descubrimos su relación especial con la Virgen de Guadalupe. De aquí cada  quien puede sacar las conclusiones pertinentes. 




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