Mirando desde el borde del abismo.
Nos movemos entre tantas bagatelas, naderías, que se pierde de vista la trascendencia, el ser. Estamos por estos lares apenas un poco de tiempo, y nos hacemos a la idea, falsa, bien por la edad o por pensar en un final sin consecuencias, de ver el paso de los días como se contempla un paisaje más o menos monótono. Como un pintor, se elige el punto de vista, pero el paisaje siempre está ahí, no importa qué tan lejos uno se vaya de donde se está normalmente.
Elegir un atardecer para contemplar cómo el sol viaja, despacio, hasta desaparecer en el horizonte, es un regalo de la naturaleza al hombre, que sin cansarse nunca vuelve cada día para darnos su mismo recorrido, sin cansarnos nosotros tampoco nunca de ver esa puesta de sol, especialmente en las playas del Pacífico. No en vano, Juan de la Cruz describe con un giro similar el final del hombre: en el atardecer de la vida, dice en su conocido poema, te juzgará el amor.
Une, quién sabe sin el querer del santo, el atardecer con el amor. El día se extingue, lentamente, sin sobresaltos; y en la medida de esa entrega de la luz del día, total, crece el amor. Querer guardarse de la luz, equivale a pasar la vida obscuras, pues se cierra a todo lo demás.
Aire, luz, agua. Tres elementos necesarios para la vida. Son tan simples y tan buscados por el hombre. Nadie sabe cómo están hechos, ni cómo se mezclan para facilitar la aparición de los primeros brotes de vida, en las plantas y animales. Su hubiéramos tenido siquiera la idea de la vida, hubiéramos ido por caminos tortuosos para intentar dar con ella. Los biólogos, cuyo fin de estudio es la vida, no dan todavía con una definición convincente de ella. El agua nos acompaña casi desde el principio, pues hubo un tiempo en que las plantas no crecían porque, así se afirma en el Génesis, Dios no había mandado la lluvia. Tampoco la luz estaba ahí desde los comienzos (san Agustín le da un buen repaso a este tema en sus Confesiones), porque antes del primer pronunciamiento de Dios para iluminar la tierra, "la tierra era confusión y oscuridad". Como un embrión, no aprecia la luz hasta su nacimiento, cuando está bien formado.
La ciencia, sin duda, ha inventado mil cosas, pero no puede hacerlo con estos tres elementos, que han rondado la tierra casi desde el principio, tan necesarios para la vida. ¿De dónde vienen entonces? Hoy el hombre atenta contra los tres mayores regalos de la naturaleza para dar y proteger su vida.
Sólo desde la trascendencia se puede barruntar una respuestas a la simplicidad de estas maravillas, tan necesarias para la vida.
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