La capacidad de asombro y la alegría del buen vino
Ese poder de asombro tiene como su "causa" la capacidad del hombre a un conocimiento del fundamento absoluto de las cosas. En ese primer atisbo de la verdadera realidad, el corazón intuye sin dudarlo lo que le espera. Y sin más, sin explicaciones, se entrega al trabajo de recorrer ese camino, aceptando lo que viniera. De ahí la esperanza del morir, porque se alcanza la caza en la alta vida.
Ese deseo de saber, sin la intervención de la razón, vislumbra otra luz distinta al final del camino; por eso su deseo de avanzar se llena de alegría, no exenta de cansancio. Ese andar, aunque trabajoso, no se mueve por la consecución de algo útil, por muy bueno y requerido que fuere. Se mueve porque no le queda otro remedio después de entrever esa otra luminosidad nueva; la libertad ha hecho suyo el camino, no porque sea cómodo o fácil, sino porque tiene sentido recorrerlo, pues al fin se barrunta la felicidad plena, ya gustada en apenas algunos dedales.
La alegría nace de este asombro. Por eso lo santos fueron todos gente alegre; habían descubierto en el fin previsto, sin razonar, la razón de su vida. Se trataba de un encuentro con el amor, tanto mayor cuanto mayor haya sido la entrega. Esto es lógico porque si no se vacía el recipiente, la bota del aire, no se puede llenar de buen vino. Quedarse lleno de aire, equivale a quedarse sin nada, lleno de uno mismo.
Darle a la caza alcance, puede significar la mezcla de creer y saber. Dios y saber no se excluyen. El sinsentido aparece cuando se dice creer sin saber, o por el contrario, se exenta de creer quien sabe. A los primeros se les conoce como poseedores de la "fe del carbonero": porque no entiendo, creo; cazan sin tener ganas; se quedan sin leer el gran mensaje del universo. Los segundos, alcanzan sin siquiera salir de caza: cazan con las puras ganas; el mensaje del universo, se queda sin autor.
El del ser que anda en camino ha visto el mensaje, su luz, y va en busca de su autor mientras al caminar va descifrando, paso a paso, sin agotarlo, lo atractivo de la belleza que va siendo descubierta. De ahí, el asombro.., y la alegría al descubrir el buen vino, sediento como uno está de la gloria.
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