¿Los reyes lloran?
Pero, ¿lloran los reyes? La memoria nos trae el recuerdo de Boabdil, apelado el Chico (Abu Abdallah Muhammad XII), el último nazrid del Emirato de Granada, interpelado por su madre, camino del exilio, al ver sus lágrimas por no haber sabido defender el último bastión musulmán. Pero una una cosa es la leyenda; otra, la historia. Parece ser que no hubo tales lágrimas. Tampoco se han reportado llantos en la salida del rey Juan Carlos I al abandonar España camino a Portugal, siguiendo los pasos de su abuelo Alfonso XIII (Londres y Roma) y los de su padre Don Juan de Borbón (Portugal), cuyas salidas de España no se acompañaron por el llanto, al menos, no tenemos información al respecto.
Mucho antes, sin embargo, vemos a otro rey, derramando abundantes lágrimas durante una parte de su vida. Se trata de David, el elegido por Dios por mano de su profeta Samuel. Esta vida, vivida en los estribos del año mil antes de Jesucristo, nos sugiere que la presencia de las lágrimas, no se relaciona tanto por el encumbramiento de la realeza, sino por la cercanía de Dios, reconociendo la derrama de sus beneficios incontables y la pobre respuesta de nuestras obras.
Juan Carlos lloró a la edad de 10 años cuando tuvo que abandonar a sus padres en Portugal para dirigirse a España y comenzar sus estudios bajo la tutela de Franco.De nuevo aparecieron las lágrimas en el rostro del monarca emérito Juan Carlos I de Borbón delante del rey Salmán de Arabia Saudita con motivo de la muerte de su amigo el rey Abdalá en 2015. Y vemos también como el Rey de reyes, llora por la muerte de su amigo Lázaro.
El morir de la amistad nos separa del amigo, y duele en el alma. Cosa grande es cultivar y guardar las amistades de siempre y las nuevas para contarles de los tiempos de paz, que siempre los hay aun en medio de la guerra.
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