¿Nos conviene que Dios exista?
Fyodor Dostojewsky (1821-1881).
Érase una vez...
....un planeta sin dios. Reinaba la soledad más absoluta y no se sabía si pasaba el tiempo. Apenas un hilo de luz dejaba el ambiente de un color gris azulado obscuro. Nadie con quien hablar. La desesperación no existía porque nada se podía esperar. Y el amor ni siquiera rondaba entre un amasijo de rocas y estepas porque faltaba "otro" a quien amar.
Ni música ni pájaros, ni alimañas a que corretear. Y es que no había nacido el "pecado", pues no había hombre para pecar. No se sabe cuántos años, ¿millones de millones?, así estuvieron las cosas, hasta que un rayo de luz permitió "ver" existiendo en presencia de todo. Allí había un hombre, creado en el fulgor de esa inmensa luz. Era espiritual, aunque con barro pegado. Este hombre del espíritu provenía, ausente tras un largo viaje a espacios muy lejanos. Este espíritu no estaba solo; al considerarse a sí mismo, se vaciaba completamente para engendrar a "otro" como él. Al verse ambos, perfectos, va a fluir una corriente de amor y de ellos procederá el amor mismo. Y entre ellos deciden, con una palabra, la creación a su imagen, con un cierto parecido a los tres.
Ensimismados como estaban al contemplarse llenos de luz y perfección, pero distintos, se les escapa, queriendo, la vida, y entonces se llenaron las áridas estepas y los miles de especies de pájaros, volando, entonaron su canto con gorjeos jamás proferidos.
Por eso nos conviene. Se acaba la soledad. Ya no será cierto la idea cierta de Fjodor Dostojewsky (1821-1881) de poder desvariar a placer si Dios no existiera. Él, Enmanuel, se convierte en Dios con nosotros, y nos espera en Belén, ahora, y después, en la patria de la felicidad eterna, como era el plan en el "principio".
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