Los apóstoles del ojete
La idea no es mía. Pero resume bien la tarea de quienes se han dedicado por admiración, devoción o envidia reprimida, a la defensa de lo execrable. No faltan quienes lo hacen en nombre de la justicia.
Los ejemplos más recientes y notables nos lo proporcionan los tribunales supremos de justicia que, aprueban, sin mover siquiera un músculo de su durísima cara, el matrimonio entre personas del mismo sexo.
El matrimonio es un asunto civil, dicen. La exégesis de esta institución yendo al principio, no vale la pena. Es algo variable, que ha cambiado y seguirá cambiando.
Los reclamos vienen de "comunidades religiosas", dice José Ramón Cossío D. Es una cuestión de creencias que no se pueden imponer a quien no las compartan, pues los flujos "democráticos" posibilitan otras formas de vida. El "sed fecundos y multiplicaos", puede considerarse, en un momento dado, "inconstitucional", como en el caso de Méjico, del que el señor Cossío es miembro del Tribunal Supremo de Justicia, cuando se quiere justificar la imposibilidad reproductiva de la unión homosexual.
Con lo facil que sería para quienes quieren dar una forma legal a las uniones homsexuales, crear una celdilla nueva en la que cupieran todas sus aspiraciones, y no confundir y deformar lo que ya está instituido desde hace milenios para dar cabida a lo que no tiene cabida en la celdilla del matrimonio.
El problema es que el matrimonio "no es una institución puramente humana", nos recuerda la exhortación apostólica Gaudium et spes. Y añade: La salvación de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligada a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar" (GS 47, 1).
Cuando una advertencia de este calibre viene dada por una institución milenaria, que vela por la dignidad del hombre, procurando siempre su justicia, un no creyente debeía considerar, por prudencia, esa llamada a la salvación, de la misma manera que tiene sentido escuchar los reclamos de los científicos cuando insisten en los peligros para todos del "calentamiento global".
Perturbar el orden de la creación, debería preocupar, en primer lugar, a quienes cuidan de la justicia, cosa que ocurre cuando se distorsiona el orden que Dios puso desde el principio.
Ahora bien, se entiende que, cuando se rompe con Dios, se empieza a distorsionar también la relación original entre el hombre y la mujer, tal como ocurrió al "principio".
Por eso, se puede tlldar de apóstoles del ojete a quienes tratan de instalar a toda costa, un mayor desorden, dando cabida donde no caben a quienes reclaman una "igualdad" con el matrimonio entre hombre y mujer, pero desde la unión homosexual.
Los ejemplos más recientes y notables nos lo proporcionan los tribunales supremos de justicia que, aprueban, sin mover siquiera un músculo de su durísima cara, el matrimonio entre personas del mismo sexo.
El matrimonio es un asunto civil, dicen. La exégesis de esta institución yendo al principio, no vale la pena. Es algo variable, que ha cambiado y seguirá cambiando.
Los reclamos vienen de "comunidades religiosas", dice José Ramón Cossío D. Es una cuestión de creencias que no se pueden imponer a quien no las compartan, pues los flujos "democráticos" posibilitan otras formas de vida. El "sed fecundos y multiplicaos", puede considerarse, en un momento dado, "inconstitucional", como en el caso de Méjico, del que el señor Cossío es miembro del Tribunal Supremo de Justicia, cuando se quiere justificar la imposibilidad reproductiva de la unión homosexual.
Con lo facil que sería para quienes quieren dar una forma legal a las uniones homsexuales, crear una celdilla nueva en la que cupieran todas sus aspiraciones, y no confundir y deformar lo que ya está instituido desde hace milenios para dar cabida a lo que no tiene cabida en la celdilla del matrimonio.
El problema es que el matrimonio "no es una institución puramente humana", nos recuerda la exhortación apostólica Gaudium et spes. Y añade: La salvación de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligada a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar" (GS 47, 1).
Cuando una advertencia de este calibre viene dada por una institución milenaria, que vela por la dignidad del hombre, procurando siempre su justicia, un no creyente debeía considerar, por prudencia, esa llamada a la salvación, de la misma manera que tiene sentido escuchar los reclamos de los científicos cuando insisten en los peligros para todos del "calentamiento global".
Perturbar el orden de la creación, debería preocupar, en primer lugar, a quienes cuidan de la justicia, cosa que ocurre cuando se distorsiona el orden que Dios puso desde el principio.
Ahora bien, se entiende que, cuando se rompe con Dios, se empieza a distorsionar también la relación original entre el hombre y la mujer, tal como ocurrió al "principio".
Por eso, se puede tlldar de apóstoles del ojete a quienes tratan de instalar a toda costa, un mayor desorden, dando cabida donde no caben a quienes reclaman una "igualdad" con el matrimonio entre hombre y mujer, pero desde la unión homosexual.
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