"París bien vale una misa"
Enrique de Navarra, IV de Francia.
Pensaba en la vida de tantos hombres dedicando sus vidas a causar el bien común, algunos queriendo; otros sin querer. Conocidos unos, desconocidos los más. No importa mucho porque, al fin, cada quien será juzgado por los resultados, según sus obras.
La distancia entre un rey y un religioso ha sido casi siempre notable, en especial si nos vamos atrás algunos años, por ejemplo, a finales del siglo XVI.
En ese tiempo vivía el rey Enrique de Navarra (1553-1610), de creencias calvinistas y aspirante al trono de Francia, por ser el pariente más cercano del rey Enrique III sin tener sucesión. Aunque muchos esperaban su conversión, sus creencias le excluían del puesto, y las tropas de Alejandro Farnesio, general español, venidas de los Países Bajos, se lo iban a impedir.
Recapacitando esta situación, Enrique de Navarra fue aceptando la idea de su conversión al catolicismo con el fin de acaban con las guerras que lo asediaban y ocupar de una vez el trono de Francia. Es aquí cuando se le atribuye la frase "París vale bien una misa". El Papa lo absuelve después de su conversión de 1593. y los católicos se pusieron de su parte. Así se dio un gran paso del renovación católica en Francia, si bien, el asesinato del rey en 1610 puso fin a la vida del que sería el abuelo de Luis XIV.
Otra notable figura de ese tiempo, aunque menos conocida hoy en día, es la del capuchino P. José (1577-1638), de Paris, llamado la Eminencia gris, por el color de su hábito. Este fraile, proveniente de la recién rama franciscana reformada (1525) por algunos frailes menores de esta orden, se convierte en la mano derecha del Cardenal plenipotenciario Richelieu, transformador de la religión católica en Francia, a las órdenes de Enrique IV, el de Navarra. Este fraile se distinguió por la expansión de las misiones en Marruecos, América y Oriente.
Por tanto, aquí tenemos a todo un rey, primer monarca Borbón, quien "casi" sin querer la misa, contribuye de forma notable al bien común de los católicos en Francia, y a un más bien desconocido fraile, el P. José, que afirma y expande el bien de la fe católica al medio mundo conocido de entonces.
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