Ya va atardeciendo, y vienen las Perseidas
Estaba atardeciendo. El alma ya buscaba el silencio entre luces y sombras. En medio de un verano otoñal, los nubarrones querían protagonizar con su luz velada las últimas horas del día. Cada día se ensombrecía sin apenas dejar al sol iluminar los árboles y flores en su paseo diurno, ni a las estrellas de noche lucir su coqueteo de guiños, sorprendidas por ráfagas luminosas de polvo y rocas arrancadas a un cometa (el Swift-Tuttle) en sus órbitas alrededor del sol. Son las Perseidas, que brillan al entrar quemándose en la atmósfera de la Tierra, especialmente entre los meses de julio y agosto.
En efecto, este verano se ha mostrado con gabardina en ciertos puntos del hemisferio Norte donde acostumbraba a mostrarse radiante, si bien, en las costas del Caribe, por ejemplo, el calor, la luz, los colores del mar y del cielo siguen atrayendo a miles de turistas, entre quienes los europeos se alzan con la palma de ganadores por su número.
Mientras, los contadores de relatos veraniegos, los periodistas, no necesitan recurrir a las manidas historietas de serpientes en los lagos y mares locales, como el monstruo del lago Nech de Escocia, para tratar de llenar sus páginas; la pandemia ha surtido sin cesar miles, millones de cuentos por doquier, iguales y distintos, de vacunas y muertes siempre al acecho, queriendo quitar la paz en estos meses de vacaciones, alimentando las conversaciones mantenidas a todas horas del día sobre los efectos de una plaga sin visos de irse por donde ha venido, donde quiera que haya sido.
Quizá el silencio es uno de los mejores amigos del hombre, y han sido muchos en la historia que han encontrado la paz en su regazo...y han podido ver las Perseidas.
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