Ni la filosofía, ni las ideologías, suplen lo religioso
Por supuesto, ideología y filosofía no son términos intercambiables, si bien, a veces, toman prestados entre sí ciertos elementos, y aparecen como siendo comunes. Así, el triunfo de las ciencias físicas ha llevado a algunos a insistir en su filosofía, en lo material, dejando de lado la parte espiritual del hombre y de la creación. A partir del siglo XIX han sido muchos los pensadores militando con estas ideas. Marx, Nietzsche, la Beauvoir y su compañero Sartre siguen la deriva materialista del antiguo filósofo griego Demócrito: el aspecto religioso del hombre se erigía como un muro a la hora de desarrollar sus filosofías, y, por tanto, se debía derrocar. Asimismo, el físico Einstein vio en sus logros un camino claro para sobreseer las creencias religiosas, precisamente al comprobar la grandeza de sus descubrimientos teóricos sobre el universo. El progreso científico no tenía límites, y no se requiere sino de fuertes inversiones en tecnología para acabar de consolidar la conquista del universo.
Es cierto, el hombre ha llegado a Marte con una tecnología nada despreciable, y para darnos un poco más de esperanza en el "progreso", nos muestran el ruido del viento en la superficie de ese planeta, vacío, como si fuera un anuncio de ventas destinado a turistas deseosos de experimentar con la última novedad del mercado para contarla después a los amigos. Esperemos que no se convierta este logro en una ocasión para rendir culto a la memoria de Marte Vengador, como hicieron los romanos en tiempos de Augusto, al fabricar una "naumaquia", es decir, una batalla naval de 30 naves, sobre una lago artificial, donde participaron 6 mil soldados.
Ante el "relativismo" actual, no sería de extrañar que estos pioneros de exploraciones del universo, se entusiasmaran tanto con sus logros y trataran de inculcar una especie de culto planetario similar, aunque con menos originalidad, que sus ancestros adoradores de Zoroastro.
El hombre no quiere entender que la realidad supera con creces las propuestas, por ingeniosas que fueren, venidas de los escarceos de la razón. La realidad se acaba imponiendo por sí misma, no importa si va o no acompañada de hecho sobrenaturales, como solía ocurrir en los primeros momentos del cristianismo. Con esa realidad justificaban sus palabras lo anunciado por los apóstoles después de Pentecostés: "No podemos dejar de hablar lo que hemos visto y oído". Se referían a la realidad de su conversión durante los tres años de convivencia íntima con Jesús. Y se contaban por miles los conversos al escuchar esas verdades.
Entonces, ¿qué nos ha pasado ahora, para andar tan desencajados del camino de la fe? ¿Puede la ciencia por sí sola desplazar las creencias mantenidas durante miles de años? ¿O qué otros atractivos han socavado la atención de tantos millones de personas, absortos, si algo, en la nada de sus vidas?
Pues, faltan los principios. Cada quien parte de donde le da la real gana, caprichosamente, y concluye como le parece bien. Ese alma, que es para siempre, y cada hombre tiene una, la suya, se la juegan, como Esaú acuciado por el hambre, por un plato de lentejas. Hombre, las lentejas son buenas, sin duda, para resolver un momento de hambruna, pero la suerte del alma es para siempre.
Ahora bien, a muchas cosas, posturas, se les ha llamado "principios", pero para que realmente lo sean, deben estar relacionados con la verdad.
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