La montaña más alta del mundo, que todos pueden escalar: la santidad
Monte Everest
Escalar los 14 ochomiles del Himalaya en siete meses representa una verdadera hazaña para quien no sea Nirmal Purja, un nepalí de 35 años, un caso insólito en la historia del alpinismo mundial. Después de este logro, a punto de consolidarse (si el gobierno chino le permite subir el último de estos ochomiles), quizá se dedique a escribir un libro y, sentado en un sofá, se dedique a contar la leyenda de su vida a sus hijos y nietos, y a cuantos curiosos se acerquen a escuchar tal epopeya.
Se ha criticado este intento de batir records al introducir esta noción, extraña en el mundo del alpinismo, muy distinto al espíritu de George Mallory, reflejado en la leyenda latina, esculpida en la chimenea de su casa: solvitur in excelsis (la solución está en la cumbre). Su cuerpo sin vida se encontró por fin en 1993 en las faldas del Annapurna, cuya cumbre había escalado en 1924.
Pero la montaña más alta del mundo no está en el Himalaya. Se halla en el interior de cada quien y consiste en escalar la cima de la santidad. No es cuestión de seis meses, ni siquiera de unos años como hicieran Kim Chang Ho (siete años le llevó la ascensión de los 14 ochomiles), Reinhold Messner y Jerzy Kukuczka (a quienes les llevó completar esa misma gesta 16 años). La tarea de ascender a la cima de la santidad es cosa de toda la vida, abierta a todos.
Esta singular aventura es la única razón por la que estamos en este mundo: alcanzar la santidad, con la paradoja de que, si bien es apta para todo hombre, resulta imposible de alcanzar para ninguno de ellos.
Entonces, ¿qué se puede hacer? Querer, solamente querer. Al menos esta es la respuesta dada por Tomás de Aquino, gran doctor de la Iglesia, a su hermana en una de sus visitas a su castillo. Tiene sentido esta respuesta, porque Dios sí quiere.
Las cumbres del Himalaya se presentan cada vez más como una odisea apta para muy pocos. Desde la escalada de Messner ya se preparan para lograr la ascensión sin la ayuda siqueira de la botella de oxígeno. Ya no se trata, como en el caso Mallory, de alcanzar la cumbre. Se trata de ser "autosuficiente" y de establecer un "record". Este no es el modelo de la "santidad".
Efectivamente, se trata de una subida, pero con una pendiente asequible a cada quien, según su capacidad. Es un reto, sí, pero se cuenta con la gracia, nunca negada a nadie que la quiera. Sin esta ayuda, el autosuficiente fracasa sin remedio. Ese oxígeno de la gracia, necesario para la ascensión, se necesita siempre. Y nadie puede cantar victoria antes de tiempo, pues la "solución está en la cumbre".
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