¿Quién es verdaderamente libre?









Se puede definir la libertad, y, a continuación, proceder ordenadamente hasta las implicaciones prácticas encubiertas en esa definición.

El problema de proceder así radica en el punto de partida: ¿Por qué se parte de "ésa" definición y no de otra? De manera especial, esta pregunta parece más pertinente cuando se quiere tratar el problema de la libertad, para no parecer encorsetado ya desde el principio.

Frente a la noción de libertad se puede optar por concebirla como un actuar según le parece, "espontáneamente". O bien, sujetarse a lo indicado por otro. Es ente último caso, quien así obra, en realidad no es libre. Este sería el caso tan patético puesto de relieve en el conocido juicio de Nuremberg: los acusados de actos criminales respondían diciendo: nosotros cumplimos con las órdenes recibidas. Aquí, naturalmente, se está eludiendo la "responsabilidad personal", consistente en obrar de acuerdo con los dictados de la propia conciencia.

Pero, ¿acaso no es una "irresponsabilidad" el obrar "espontáneamente"? Sin duda alguna, podría serlo. En el caso de obrar con una conciencia mal formada, por supuesto, esa persona sería culpable. Sin embargo, sería culpable no por seguir su conciencia --sin cargar a otros con el peso de las propias decisiones--, sino por no haber "formado su conciencia según la verdad y el bien". Aquí no sirve argüir  como Eva: "me dijo el diablo"; o, como Adán: "la mujer que me diste me dijo que comiera".

Para acabar de entender este tema de la libertad, debemos encarar el porqué san Pablo llama a los judíos "esclavos de la Ley" en contraposición con los bautizados a quienes se refiere como quienes poseen la libertad de los "hijos de Dios". Pablo de Tarso dio en el clavo al  problema de la libertad.

Este converso del judaísmo había entendido la distinción entre obedecer los mandatos de -Dios y el obrar no porque algo es legal, sino porque descubre en su interior la bondad de ese acto prescrito por la ley divina. Acepto vivir la Ley porque es "buena", y no porque es un "mandato", venga de donde viniere.

Al entender la valía del bien y de la verdad se quiere optar por esa vía. Este camino es el de la libertad; quien sigue algo porque es un precepto del Señor, dicho así, crudamente (algo así explica también el maestro  de Aquino), no es libre.

No es entonces el modelo lineal de Harold Laswell recetado a los principiantes en "comunicación": Quién-dice qué-a quién...", sino "Qué dice-quién..., etcétera. Interesa primordialmente la verdad, la diga Agamenón o su porquero (remedando al buen Antonio Machado).








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