La causalidad en algunos científicos
Los científicos siguen contentos. En el mundo rige sólo la causalidad a la hora de explicar la ocurrencia de los fenómenos. Pero se les olvida considerar, además, un principio.
El principio es el siguiente: Nadie puede dar lo que no tiene. O, donde no hay mata, no hay patata. O bien, de donde no hay, no se puede sacar. El problema aparece cuando los científicos confunden los "efectos" con las "causas". Quienes en su día, alarmaban al mundo con su visión catastrófica sobre la "bomba demográfica", no aparecieron después para justificar "científicamente", el "invierno demográfico". Más bien, cambiaron la explicación dada, y siguieron con sus planes.
Hubo una idea nunca abandonada: la del exterminio del nonato, sin importar las razones.
La tesis de la temida "explosión demográfica" se centraba en la falta de alimentos en el mundo de acuerdo con la tasa de nacimientos. Estábamos en los comienzos de la década de los 70. En ese momento, todavía se consideraban personas a los nonatos.
De continuar así, la "bomba" explotaría causando una hecatombe al romper el equilibrio entre humanos y alimentos disponibles en el mundo. Con la consecuente guerra por la supervivencia. Solución: diseñar campañas para el exterminio del nonato.
Pero, esos mismos "científicos", al no cumplirse los pronósticos, cambiaron sus explicaciones basadas en el temor a la inminente "explosión demográfica".
Se procedió a inventar una nueva versión no relacionada con la carencia de alimentos. Las mujeres eran "dueñas de su cuerpo". Por tanto, tenían el "derecho" a disponer de los seres recién concebidos. Estos seres ya no eran personas, sino simples fetos, los cuales quizá una día alcanzarán tal estatus.
De acuerdo con la cultura reinante, si se ponía en peligro la integridad de la madre, ella tenía todo el "derecho" a disponer del feto, sobre todo si ese ser todavía no era una persona humana. Negar estos "derechos" suponía someter a la mujer a un régimen de esclavitud. Estas tesis se propalan en los Congresos Internacionales de El Cairo y Pekín, en 1994 y 1995, con los auspicios de la ONU.
Para entonces ya quedaba claro que la escasez de alimentos en el mundo se debía en algunas regiones más bien a la falta de brazos para producirlos, al "consumismo" desatado en los países más desarrollados y al "desperdicio" de la comida junto a quienes pasan hambre.
Mientras, las mujeres europeas, especialmente, habían incorporado a sus creencias la del control natal, en aras de gozar de una mayor libertad. Los anticonceptivos se distribuyeron a mansalva tanto para evitar los embarazos no deseados y disfrutar del "sexo seguro" sin preocupaciones. Pero el llamado "sexo seguro", no lo era tanto, y con la presencia de los embarazos no deseados, se trataba de implantar en los países el acceso franco al "aborto", sin condiciones y a expensas del erario público. Una mentalidad de exterminio de la vida.
De esta manera llegó a muchos países el "invierno demográfico": la tasa de nacimientos había caído por debajo del límite necesario para el reemplazo de la población (2.1%). El hambre y la falta de alimentos no guardaban relación alguna con la "mentalidad antinatalista y abortista" (cultivada durante durante décadas por el empuje de la ONU), porque se daban estas tendencias principalmente en los países más desarrollados.
Pero otro problema inesperado surge con la libertad sexual: en 1982 se dan los primeros casos de SIDA, todos ellos en apareamientos homosexuales. Luego aparecieron también casos en las mujeres que tenían relaciones sexuales por conductos alternativos al vaginal. Hasta que se ha logrado como un triunfo el que nazcan niños aquejados de esta enfermedad, contagiados por la madre.
Como resumen, aparece el siguiente cuadro. El efecto de ayer tan temido, enunciado como una falta de alimentos, por causa del exceso de población (explosión demográfica), es falso, y ahora se revierte: las mujeres de los países más económicamente adelantados adoptaron la idea de la anticoncepción sin miramientos de ningún tipo para disfrutar del sexo sin consecuencias y tener más control sobre sus vidas.
Estas ideas han ido calando en la población. Ya no se quieren tener hijos "para evitarles el sufrimiento" reinante en el mundo. Se sigue creyendo en la "falta de alimentos" a nivel mundial. El problema "ecológico" ya no permite disfrutar de la naturaleza. Y hay quienes abogan decididamente por acabar con la humanidad, a sabiendas de la dificultad de lograr su propósito a corto plazo.
Al obrar así, en unos pocos años apareció el fenómeno llamado invierno demográfico: disminuyen los nacimientos, superados ya por el numero de defunciones. Consecuentemente, en muy pocos años, al no contar en la fuerza laboral el número de jóvenes para aportar los recursos necesarios y mantener el fondo de pensiones requerido para un alto porcentaje de población envejecida y sin esperanzas de ser reemplazada. Y paradójicamente, a este efecto (la carencia de fondos para el "pago de las pensiones") se le añade otro efecto inesperado, dada la educación recibida por los jóvenes y la poca disponibilidad de empleo: no hay trabajo suficiente para los millennials. La precariedad del empleo se da con mayores porcentajes entre quienes cuentan entre 18 a 35 años.
Esta argumentación resulta impresentable. El establecimiento de la relación causa- efecto se realiza de acuerdo con la voluntad del investigador en turno (contrario a lo dictado por la razón para cualquier ciencia), y no según los eventos en la realidad. Las "esterilizaciones" se dan según el criterio de los médicos, y se asienta en valores contrarios a la vida.
Lo interesante de estos sucesos no se debe a la falta de talento de los demógrafos en turno, sino a un plan concebido por las Naciones Unidas, con el fin de aplicar sus programas de abortos y anticoncepción (con o sin razones), en principio diseñados para los países menos desarrollados económicamente, pero adoptados en seguida por los más sobresalientes en lo económico.
En fin, son cosas de la vida, que no se entienden; pero, si tienen dudas acerca de este asunto no le pregunten a un biólogo, aunque esa sea la base de su materia de estudio. Parece satánico el deseo tan extendido de exterminar la vida.
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