Impiedad, o la falta de alma en la burocracia
Término que se aplica a quien carece de piedad, es decir, a la falta de compasión. Miguel Ángel, no sólo poseía esta virtud, sino que fue capaz de plasmar en piedra este concepto.
Notable arte el suyo, que debería asombrarnos a quienes, teniendo un corazón de carne, somos incapaces de conmiseración con el otro.
La posibilidad de cambiar el corazón de piedra por uno de carne no se consuma debido a la hipertrofia afectiva, la peor de todas, debido a que no se quiere cambiar las piedras en pan.
Pero hay otra cerrazón, palpable una y otra vez hasta la saciedad, en la indiferencia de tantos burócratas, esos quienes obran de oficio ante las necesidades que deben resolver en el plano de la justicia, pero que prefieren ignorar debido a que parecen crecerse en ese momento frente a la insuficiencia ajena. "Aquí le falta una tilde a este documento", dicen, y se diría que encuentran en el rechazo un cierto gozo al confirmar cualquier tipo de carencia o de súplica, diciendo sin pudor alguno: "Vuelva usted otro día".
Quienes obran así en cualquier circunstancia de la vida ---se puede ver incluso entre académicos a la hora de juzgar el examen de un alumno--- convierten a la persona en objeto, al tratarla con semejante objetividad.
Cuando la razón ocupa el lugar del corazón, acaba por convertirse en piedra, incapaz de gozar ni estremecerse por nada, y deja en entredicho la promesa de Isaías de poder convertirlo de nuevo en carne. Entonces se ignora aquella sensibilidad tan necesaria, reclamada por Pascal en sus Pensamientos: "Razones tiene el corazón, que la cabeza no entiende".
Este apartado de los burócratas resulta insoportable si se extiende a la convivencia familiar, al plano de lo más íntimo de una relación conyugal o de la afectividad reclamada por los hijos.
Notable arte el suyo, que debería asombrarnos a quienes, teniendo un corazón de carne, somos incapaces de conmiseración con el otro.
La posibilidad de cambiar el corazón de piedra por uno de carne no se consuma debido a la hipertrofia afectiva, la peor de todas, debido a que no se quiere cambiar las piedras en pan.
Pero hay otra cerrazón, palpable una y otra vez hasta la saciedad, en la indiferencia de tantos burócratas, esos quienes obran de oficio ante las necesidades que deben resolver en el plano de la justicia, pero que prefieren ignorar debido a que parecen crecerse en ese momento frente a la insuficiencia ajena. "Aquí le falta una tilde a este documento", dicen, y se diría que encuentran en el rechazo un cierto gozo al confirmar cualquier tipo de carencia o de súplica, diciendo sin pudor alguno: "Vuelva usted otro día".
Quienes obran así en cualquier circunstancia de la vida ---se puede ver incluso entre académicos a la hora de juzgar el examen de un alumno--- convierten a la persona en objeto, al tratarla con semejante objetividad.
Cuando la razón ocupa el lugar del corazón, acaba por convertirse en piedra, incapaz de gozar ni estremecerse por nada, y deja en entredicho la promesa de Isaías de poder convertirlo de nuevo en carne. Entonces se ignora aquella sensibilidad tan necesaria, reclamada por Pascal en sus Pensamientos: "Razones tiene el corazón, que la cabeza no entiende".
Este apartado de los burócratas resulta insoportable si se extiende a la convivencia familiar, al plano de lo más íntimo de una relación conyugal o de la afectividad reclamada por los hijos.
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