En tiempos de relativismo, los como Trump al poder




A partir de 1968, donde los estudiantes parisienses en París estrenaron sin empacho alguno el eslogan prohibido prohibir, comenzaron los tiempos del relativismo.

Cada quién con su propuesta personal o comunitaria. Todos tienen derecho a expresar en público, sin esperar reprimenda alguna, lo más íntimo, si bien pudiera sonar  estrafalario y fuera de orden.

Este salirse con la suya, decir en alto lo pensado sin pasarlo por el cedazo de la verdad (una imposición de quienes detentan el poder), ha ido cundiendo desde entonces por  las calles de las principales ciudades del mundo.

Lo importante es expresarse. La verdad o la mentira son categorías mentales de algunos, tan legítimas como cualquier otro parecer nacido en un momento, en un lugar, en un sistema de pensamiento, no apto para quienes (otros colectivos) no formados en ese ambiente.

El resultado de este relativismo, viene a alterar, por lo menos, la paz mundial, si no la paz interior de cada uno. Si por paz entiende la "tranquilidad en el orden", al suprimir la verdad como una exigencia del periodismo, por ejemplo, nos encontramos con una profesión, cuyos fines se han desmantelado.

El fin de la comunicación es la verdad. Si no se sabe con certeza el temple, la estructura del asunto real a contar a un publico, lo más aconsejable sería guardar silencio hasta conocer más a fondo la calidad de información a transmitir, entendiendo por calidad la veracidad del mensaje.

Pero hemos sabido ahora algunos datos sobre la credibilidad de los media. En un país tan riguroso con lo dicho en los medios de comunicación, por lo menos hasta hace no muchos años, se ha descubierto el síndrome del relativismo en todo su esplendor. Ha calado hondo el mensaje de Paris en 1968. No se trata, si bien podría verse así, de "infantilismo", como concluye Javier Marías, sino de un sacudirse de encima la imposición de la realidad.

De nuevo, esta secuela francesa, tiene sus raíces en ese otro francés del siglo XVI, René, dispuesto a quedarse con las propuestas del "pensamiento" personal, haciendo caso omiso a las propuestas del realismo. Luego los ingleses, con Locke a la cabeza, construirían su teoría del conocimiento basándose en las ideas personales, vinieran de donde vinieran.

Dicho lo anterior, nos encontramos con unos media sin crédito, sustituidos, por tanto, con la parafernalia de las redes sociales, donde cada quién se alimenta  y recibe  información con "puntos de vista" similares a los suyos, instantáneos, sin reflexión alguna, sin contrastar la verdad de loas menajes. En un ambiente así ha podido acceder al poder en Estados Unidos,el señor Donald Trump.

Los grandes medios de comunicación utilizaron su artillería para criticar, denostar, calumniar, mofarse de la realidad de la campaña de año y medio de duración. Dejaron la realidad en el tintero. Y ahora, se miran asombrados de un resultado inesperado. Nadie jamás había ganado una elección en Estados Unidos enfrentándose a los media.

Aún no se dan por vencidos muchos de los grandes periodistas y estrategas de campañas políticas en Estados Unidos. Han pisoteado la verdad, desoyendo así el fin de su profesión (me atrevería a decir: de toda profesión).

Y loa herederos de las manifestaciones de París de hace casi medio siglo, se han acostumbrado a moverse en las aguas movidas por el capricho de quienes no quieren ningún tipo de prohibiciones, como el "pequeño Nicolás" español.

La verdad no importa, sólo los resultados. Entonces, la unidad resulta inalcanzable.


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