El camino del Adviento

Érase una vez...
Una chica guapísima muy joven, de pueblo de alrededor de 100 habitantes (en el mapa de Salomón de Israel ni siquiera aparece Nazaret), una aldea perdida al Norte de Israel, recibe una visita inesperada: el arcángel de Dios Gabriel, ministro de divinos encargos, le anuncia el plan divino para ella: la llena de gracia. Así es llamada María al principio del anuncio.
Naturalmente, la Trinidad y todos los ángeles del cielo esperan conteniendo la respiración la respuesta de esta adolescente, casada con José, un apuesto varón de la casa de David. A los pocos días parte presurosa para visitar a su pariente Isabel, en Ain Karim, ya con seis meses de embarazo de Juan. La llena de gracia, saluda. Se sorprende Isabel de que la "madre de mi Señor" venga a verme. Después de una semana, más o menos, lo que la llena de gracia en su seno lleva, no es un feto, es una persona, "mi Señor". Argumento en favor de la vida como persona desde el momento de la concepción, que ni siquiera santo Tomás de Aquino vislumbra.
San José, con la inspiración del ángel en sueños, entiende
que la concepción de María es virginal, obra del Espíritu Santo. Deciden ir a Belén para cumplir con el mandato del César de empadronarse en la ciudad de sus mayores. En su caso, Belén, lugar de la tribu descendiente de David. De nuevo, otro ángel, acompañado
de una gran milicia, anuncia a los pastores que el Salvador, de todo el pueblo, ha nacido en una de las cuevas de Belén. Acuden presurosos al lugar, y adoran en su pobreza al Rey, más pobre que ellos mismos.
Los ángeles cantan. Ha nacido el tan esperado Mesías.


Esta es la historia de Navidad, vista ahora, con luz nueva.
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